
Y se terminaron mis vacaciones, vaya que fue un verano histórico. No puedo evitar mencionar que la sola idea de mañana tener que levantarme temprano para poner un pie en esa institución que tanto desagrado me produce no resulta especialmente alentadora, pero este será mi último año y aunque estoy aterrada de la tesis y de la segunda práctica (ahora en un colegio nuevo) intentaré hacer de este año lo más llevadero que se pueda. La pelearé.
Sin embargo, no podía iniciar mi año académico sin
previamente reseñar el último libro que me leí: Tengo Miedo Torero de Pedro Lemebel.
Ya muchas veces he mencionado que tengo una deuda histórica
con la literatura latinoamericana, especialmente con la chilena. No ha sido
porque considere que sea mala, de ninguna manera, sino que por motivos meramente viscerales
de gusto (el mismo motivo por el cual me gusta más el helado de chocolate que
el de pistacho). Varias veces había intentado leer libros chilenos, pero nunca
terminaban por agarrarme tanto como me han agarrado otros libros extranjeros
(exceptuando “La Casa De Los Espíritus” de Isabel Allende, un libro que
disfruté especialmente mucho).
Pero terminando este verano, después de pasar una bella
temporada en el sur con dos amigos que aprecian mucho la literatura nacional,
quise volver a animarme; ponerme aunque fuera un poquitito al día antes de
volver a la Universidad.
Primero intenté con “Mala Onda” de Alberto Fuguet, prestado
por mi amigo Leo. En cuanto subí la foto del libro a Instagram me llamó poderosamente
la atención la cantidad de opiniones dispares que habían sobre él, pero de
todas formas quise darle un intento para poder emitir un juicio personal. No
pude. Tanto la redacción como los personajes me desesperaron y alrededor de las
30 páginas honestamente no quería volver a tomar el libro. Además de sentirme
decepcionada de la obra, me sentí especialmente decepcionada de mi misma “¿qué
clase de persona que se siente apasionada por la literatura ha leído tan pocos libros escritos en su propio
país?” pensaba. Porque no es que haya leído poquito
libros, es que no he leído casi ningún
libro nacional.
Me tentó la idea de comprarme “El Tiempo Entre Las Costuras”, un libro español que hace bastante tengo ganas de leer, pero decidí ponerle un
poco más de esfuerzo a la misión de leer un libro nacional. Hice una encuesta a
través de Twitter y Facebook consultándoles a todos mis
conocidos por sus libros chilenos favoritos y “Tengo Miedo Torero”, el favorito
del mismo amigo que me había prestado Mala Onda, fue un título que se repitió
bastante.
Investigué un poco de Lemebel. Leí un cuento y me gustó su
forma de escribir. Me decidí a buscarlo y a comprarlo, lo que no resultó
especialmente fácil considerando que tras la muerte de un autor la venta de sus
libros suele dispararse.
Después de un arduo periplo por todas las librerías de Santiago,
lo encontré, me subí a la micro para volver a casa, comencé a leer y a las
pocas páginas caí completamente bajo el encanto de la Loca del Frente. Bajo su
personalidad, su pulcritud, su entusiasmo, su teatral alegría, su romanticismo,
su pasión, su nobleza, su ternura y su espíritu luchador de un pasado injusto,
violento y un presente crítico e igual de violento, pero que afortunadamente
había logrado dejar en el exterior de las puertas de su hogar.
Para los que no tengan idea de qué trata, Tengo Miedo Torero es la historia de un
romance entre un joven del Frente Patriótico Manuel Rodriguez y la Loca del
Frente, a quién la sociedad - en su afán heteronormativo de categorizar - podría
llamar (en términos lo más estándar posibles, porque vaya la cantidad de cosas que podría decir la cruel sociedad) travesti,
homosexual, transexual. Todo lo anterior contextualizado en uno de los años
especialmente conflictivos de la ya conflictiva dictadura de Augusto Pinochet,
1986.
Me encantaría contarles más, pero me parece que sin llegar a
dar spoilers, Tengo Miedo Torero es básicamente eso: una historia de amor. Sin
embargo, la interesante reflexión que se genera al terminar de leer el libro es
que no es una historia de amor común y corriente, pero que debería ser común y corriente.
A través de un uso del lenguaje honestamente formidable,
Lemebel nos hace darnos cuenta de la sesgada visión con la que nos ha dejado el
conservadurismo, el clasismo y la heteronorma social, que inconscientemente nos
ha hecho distinguir “lo distinto” de “lo corriente”. Lemebel nos educa, sumergiéndonos
en un contexto que pocos se han atrevido a tocar en su literatura por ser
socialmente considerado “distinto”, “anormal”, incluso “inmoral”, y nos hace
percatarnos genuinamente que la vida de la Loca del Frente no merece
absolutamente ninguno de esos adjetivos.
Lemebel reivindica la imparcialidad y ecuanimidad del amor demostrando
que lo que la Loca del Frente siente por Carlos es exactamente lo mismo que
históricamente ha sentido toda la humanidad por sus seres amados. Lemebel saca
a la Loca del Frente de esa categorización de “distinta” y la transforma en una
persona natural, como absolutamente todas las personas deberían ser
consideradas, sin distinguir entre su orientación sexual, género, raza,
religión, estado socioeconómico, o comida favorita. La transforma en una
persona que ama, que sufre, que teme, que lucha, como todos en este mundo.
Todo lo anterior se refiere estrictamente a la forma en que
Lemebel desarrolla la historia de amor, sin embargo, es importante destacar que
Tengo Miedo Torero toca también muchísimos otros temas (además del amor) de una
perspectiva que al mundo le hacía falta: la política, la guerra, las clases
sociales.
En lo que respecta a la forma en que el libro está escrito,
quisiera sacarme el sombrero y ponerme a aplaudir. Algo que me fascinó
genuinamente de la narración de Lemebel en Tengo Miedo Torero fue la capacidad
que tenía de fusionar un lenguaje especialmente elegante, especialmente
adornado, especialmente “académico” (un orgullo para la Real Academia Española)
con un vocabulario esencialmente chileno.
Algunos podrían decir que Lemebel domina el arte de fusionar palabras correctas
con incorrectas, pero mi opinión es que Lemebel alcanza la máxima elegancia del
lenguaje chileno y realista.
¿Es acaso “poto” menos correcto que decir “trasero”? ¿es acaso “chucha”
menos correcto que decir “caramba, recorcholis”? ¿es acaso “caca” menos
correcto que decir “deshecho, excremento”? A mi parecer, no. Y por lo mismo,
merecen ser utilizadas con mayor frecuencia en textos literarios, especialmente
si pueden llegar a ser parte de obras lingüísticamente ricas, hermosas y
honestas con su contexto.
Otro punto que me pareció fascinante y entretenido fue la
forma de plasmar los diálogos. La voz que Lemebel le daba a sus personajes era tan
característica, tan precisa, y a la vez tan familiar (porque las personas
normales chilenas efectivamente hablan como hablan los personajes del libro) que
no hacía falta separar los diálogos con ningún guión, ningunas comillas, ni ninguna señalización.
Lemebel los escribió de corrido, uno junto a otro, y les proporcionó todavía
más continuidad y naturalidad.
Para empezar a cerrar mi comentario, me gustaría hacer una alusión a la porción humorística que también posee el libro. Me pareció
un recurso interesante y divertidísimo
que desarmara al dictador, al asesino, al violento Augusto Pinochet, retratándolo
como un pobre viejo atormentado por sus sueños, una infancia triste, y una
esposa insoportable. Lo fascinante de este recurso es que no le quita realismo
a la historia, porque aplica en un aspecto de la vida privada del dictador a la
que el común de las personas naturales jamás podremos acceder, lo que vuelve completamente
factible el que Augusto Pinochet hubiese sido en realidad un pobre viejo
miserable que desahogaba su miseria en la crueldad de su mandato.
Leer Tengo Miedo Torero fue sin duda una forma maravillosa,
entretenida y emotiva de ponerme aunque fuera un poquitito al día con la
literatura nacional. Y conocer la literatura de Pedro Lemebel fue además una
experiencia notable y enriquecedora en lo que respectó a las diversas
reflexiones que suscita más allá de las literarias. Leyendo a Lemebel me gustó
reflexionar de política, de la sociedad, de la heteronorma, de la ecuanimidad,
del amor, de la muerte, de la guerra, y muchísimos otros conceptos.
Me apena haber leído este libro tan tarde, cuando Lemebel ya
no está físicamente con nosotros, pero supongo que es siempre mejor tarde que
nunca.
¿Deberían leer ustedes este libro? Sin duda alguna. Es un libro que entrega muchísimo en pocas páginas, las cuales además se leen rapidísimo. Es un libro emotivo, entretenido, irónico y
crítico. Es un libro bien escrito. Es un
gran libro. E inspira bastante esperanza en la humanidad el pensar que un
libro que desafía tantas normas sociales esté dentro de los favoritos de tantas
personas. Si seguimos así, quizá una sociedad igualitaria no esté tan
lejos como a veces me da la impresión.
Muchas gracias por leer y comentar (y espero que todos estén teniendo un inicio de año académico no muy terrible) <3
Muchas gracias por leer y comentar (y espero que todos estén teniendo un inicio de año académico no muy terrible) <3
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