
Son las 11 de la noche. Después de un día largo acompañando a mi mamá en su operación, volando a la universidad, volviendo al hospital, regresando a casa, y hallándome aquí subiendo mis últimos tres rollos de fotos análogas, me embriaga un sentimiento que no quería quedarme sin compartir.
Recuerdo como hace algunos años,
cuando seguía a varias bloggeras extranjeras y contemplaba las fotos análogas
de sus aventuras, un sentimiento desesperanzador me atrapaba el corazón y me
retorcía las tripas. ¿Por qué yo no podía tener fotos tan bonitas como las de
ellas? ¿por qué no tenía personas a quienes fotografiar con sonrisas
espontáneas en los rostros mientras disfrutaban de helados o paseaban por
bosques?
A veces intentaba echarle la
culpa al hecho de que eran extranjeras, “esque Chile es fome y en el extranjero
es todo mejor y más simple y no hay ladrones que te roben las cámaras en las
calles”. Pero un día fui sincera conmigo misma y asimile que no tenía fotos
como aquellas porque no estaba realmente viviendo aventuras dignas de
fotografiar. Porque no estaba relacionándome con nadie genuinamente
interesante. Porque no estaba viviendo nada muy digno, la verdad. No estaba
viviendo nada. Y las tripas y el corazón se me retorcían porque no sentía que
hubiese nada que pudiese hacer. Era una niña antisocial, temerosa del exterior,
con una vida fome. Solo la esperanza de “ojalá algún día superar las trabas que
me impiden vivir aventuras” me permitía suspirar, apagar el computador, irme a
dormir y despertar al día siguiente para seguir sumida en mi rutina.
Hace 5 meses mi vida dio un
vuelco en 180º. Me caí, y pensando que no podría levantarme nunca más, me
levanté. Y contemplé todo lo que tenía por delante, las torpezas que me estaban
deteniendo, lo mucho que tenía que ganar y lo poco que tenía que perder. Y sin
darme cuenta, de pronto me hallaba y me hallo en el que – siento – es genuinamente el mejor momento de mi vida
hasta ahora.
Como todos, he pasado penas. Me
ha dolido el corazón, la guata, la cabeza. Pero más allá de pequeños tropiezos,
estos últimos 5 meses el sentimiento que ha predominado ha sido el de una inmensísimamente dulce satisfacción. Un
orgullo de mi misma por haber superado mis miedos, un orgullo de mí misma por
sentirme más valiente, más grande, más madura, más fuerte. Y rodeada de un cariño inimaginable de todas las personas
maravillosas que hoy tengo en mi vida y que no tenía hace 5 meses.
Me doy cuenta de forma tangible
de éstos hechos contemplando rostros, sonrisas espontáneas, caras nuevas,
aventuras, en las fotos que revelé (y que pueden ver más abajo). Y eso que faltan personas, y eso que podría
haber tomado más fotos. Esto es lo que quería vivir siempre, esto es lo que
quería hacer, así es como quería sentirme. Ésta es la vida que quería vivir:
una digna de fotografiar, una digna de narrar, una digna de la cual inspirarse.
Esto está recién comenzando, y
aunque a veces el futuro me asusta, por primera vez no tengo miedo de sentirme
sola, ni miedo de volver a sentir que mi vida es una masa gris y aburrida, ni
miedo de que la rutina me atrape.
Hoy me siento feliz, como hace
muchos años no me sentía. Y en parte también tengo que agradecérselo a
ustedes.














Más fotos en mi flickr.
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