Como persona locamente enamorada
del conocimiento y el aprendizaje - de absolutamente todas las áreas de
conocimiento y aprendizaje - me pareció que era un símbolo que englobaba muy
bien todo lo que es importante para mí. Además de estar relacionada con todas
las áreas de conocimiento, Phi representa una proporción que todavía es
misteriosa, una proporción que todavía genera curiosidad, y la curiosidad es la
base de la adquisición de conocimiento, la base de la experimentación de nuevas
experiencias, la base del aprendizaje.
Además de representar una proporción,
Phi es también una letra, la vigésima primera letra del alfabeto griego. Y casi
todos los que me conocen saben muy bien lo que significan las letras en mi
vida.
Además de ser un símbolo que
tiene mucho significado para mí, no decidí imprimirlo en mi piel en este preciso
instante de forma azarosa. Han sido tiempos de cambio, y el cambio siempre
duele, tal y como cuando éramos niños y nos dolían las rodillas porque
estábamos creciendo. Todo lo que me ha dolido en el último tiempo de mi
existencia, ha traído consigo innumerables aprendizajes de los cuales estoy muy
agradecida, y quería recordar, quería poder contar la historia de ese
aprendizaje, con una cicatriz en mi cuerpo.
A muchas personas les parecen
feas y molestas, pero a mí me gustan mucho las cicatrices; cuentan historias,
son marcas de guerra, de nuestro camino como guerreros en el mundo. Tengo
muchas, y jamás me he querido deshacer de ellas porque me gusta que estén allí,
me gusta mirarlas de forma que mi cuerpo se transforma en una especie de lienzo,
de libro, en el cual puedo leerlas. La otra vez me miré los brazos, y noté que a
pesar de mis nulas intenciones de hacerlas desaparecer, muchas cicatrices se
están yendo. No quiero que se vayan, quiero tener algo conmigo para recordar mi
historia, y obviando mi gusto estético por los tatuajes, pensé en ellos.
Recuerdo la primera vez que vi
uno, en la prima de un conocido de la familia cuando debo haber tenido unos 7
años, y desde entonces me parecieron fascinantes. A los 12 años decidí que los
amaba y cuando tuviese la suficiente madurez para decidir sobre algo que quiero
en mi cuerpo por el resto de mi vida, me haría uno, quizá muchos. Cuando cumplí
18 años sentí que había llegado el momento, era libre de poder hacerlo cuando
se me diera la gana, pero me enfrenté con una dificultad que no había
considerado cuando era más niña: mi cobardía.
Soy una persona de emociones
exacerbadas. Cuando estoy feliz, estoy increíblemente feliz. Cuando estoy
triste, estoy al borde de la muerte. Cuando estoy enojada, es como si el alma
se pusiera negra. Y cuando estoy asustada, estoy aterrada. El hecho de que
tatuarme fuese una experiencia nueva que iba a traer consecuencias permanentes
fue lo que me detuvo durante largos años, potenciado por pensamientos estúpidos
e ilógicos que se sumaban y al mismo tiempo nacían de mi temor principal a lo
desconocido. Los mencionaría todos, pero no terminaría nunca. Uno también tiene problemas internos, luchas,
dudas, pero entre más tiempo pasaba sin tatuarme, más tiempo primaba la decepción. La decepción de mi misma, de
estar dejándome vencer y detener por temores estúpidos.
Entre los muchos aprendizajes que
me han traído los últimos meses de mi vida, llegó también una cuota de
fortaleza, una cuota de sentimientos guerreros que me inspiraron a querer ser
valiente. No quería llegar a los 40 años con la duda eterna de “¿qué se habría
sentido tatuarme?”, “¿por qué no lo hice y ahora soy una mujer frustrada, fome,
sin cicatrices con las que narrar?”. Asique ignorando un poco a la parte
irracional de mi cerebro, le pedí a dos amigas que me acompañaran, y después de
muchas veces posponiéndolo, lo hice.
Estaba nerviosísima, para qué les
voy a mentir. Además del temor a lo desconocido, me obsesionaba la idea de que
el tatuaje quedara feo. No me asustaba el dolor, sino el temor a llevar algo
que me desagradara visualmente durante el resto de mi vida. Pero mientras un
lado de mi cerebro me atormentaba con temores estúpidos, el otro lado de mi
cerebro me decía “son idioteces Catalina, si sales de este estudio sin
tatuarte, vas a arrepentirte durante el resto de tu vida, de eso sí que te vas a arrepentir”.
Apenas el tatuador puso la
maquinita en mi muñeca, fue como si todos mis malos sentimientos se me
escaparan en una ola inmensa, y solo quedó paz, felicidad y realización en mí
(ah, y también mucha hiperventilación). El tatuaje quedó hermoso, perfecto,
preciso, y efectivamente una de las amigas que me acompañó tenía razón (ella
está tatuada entera): cuando ya está en ti no hay nada que cuestionarse. Cuando
te observas un lunar no te cuestionas su forma, si es perfectamente redondo o
ligeramente irregular. No se puede esperar que las cosas que están impresas en
nuestro cuerpo sean igual de
precisas que en papel. Sin embargo, considerando este factor, hay tatuadores
que pueden hacer que las impresiones en tu piel queden realmente prácticamente iguales a como se ve en el papel.
Me he dedicado a observar mucho
mi tatuaje, lo he estirado y encogido, he torcido mi brazo para un lado y para
el otro, observando cómo se mueve, y me fascina la tranquilidad que me produce
su versatilidad en la piel. Es difícil de explicar, pero me preocupaba mucho el
hecho de que fuese a sentir que era imperfecto. Hoy lo observo con mi mirada
obsesiva y he podido notar que hay un lado en el que efectivamente la línea es
ligeramente más gruesa que en el resto del tatuaje, algunos me pegarían
diciendo que estoy loca, que se ve igual y perfecto, pero no lo digo como una
queja de imperfección, sino como una
observación que no reduce en nada la perfección de mi tatuaje en su totalidad,
y que me hace incluso sentir que soy libre de una obsesión compulsión. Estoy
enamorada de él, me encanta sentir que es perfecto, me encanta sentir que es
parte de mí, que es una cicatriz, una letra, una obra de arte, una narración completa, y me encanta que cada vez que lo miro o me
miro al espejo con él me siento bien, hasta más bonita.
Mi mamá no estaba muy convencida
al principio, antes de hacérmelo, creo que a ninguna mamá le gusta mucho que
sus hijos se tatúen, pero desde que me vio tan feliz con él, a ella también le
gusta. Parece demasiado escándalo por un tatuaje de menos de 2 cm, pero
como podrán ver, este minúsculo símbolo en mi piel se siente como un gran paso.
No es solo un tatuaje, no es solo un símbolo, es un hito, una marca, una
historia, una liberación de compulsiones, una adquisición de valentía y
decisión, un evento que me hace sentir feliz y orgullosa conmigo misma.
Para los que me advertían con que
era adictivo, efectivamente lo es. Ya perdido el temor a lo desconocido, ahora
solo siento felicidad y entusiasmo, y ya estoy pensando en el siguiente.
Claramente, voy a dejar pasar un tiempo, han pasado tan solo 4 días, mi tatuaje
todavía no está ni siquiera del todo cicatrizado. Quiero disfrutar éste
primero, y ya veré que haga después. Ya no siento ansiedad al respecto.
Me alegra también, que mi primer
tatuaje fuera un símbolo que para mí significa aprendizaje. Me alegra que
casualmente la adquisición de una nueva experiencia (tatuarme) ocurriese a través
de un símbolo que representa precisamente ello.
Estoy contenta, muy muy contenta.
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