
¿No le ha pasado que a veces
terminan un libro, dicen “meh”, se preparan inconscientemente a reducirlo a la
porción de “asuntos irrelevantes” de su cerebro y de pronto se dan cuenta que
lo recuerdan constantemente durante la cotidianidad de sus días? ¿no? ¿soy muy
rara? A mí me ha pasado con varios libros, y hoy vengo a contarles de tres de
ellos.
Cuando terminé Demian (Hermann
Hesse), American Psycho (Bret Easton Ellis) y Tokio Blues (Haruki Murakami)
experimenté un sentimiento bastante similar con los tres: me habían dado igual.
Incluso, me atrevería a decir que sentí un ápice de decepción, disgusto, inconformidad.
No escribí reseñas ni de Tokio Blues, ni de Demian (la de American Psycho esta aquí) sin embargo recuerdo bien lo que
me molestó de cada uno de los libros.
La primera vez que leí Demian
estaba en el colegio. No recuerdo en qué curso exactamente, pero el libro no
significó mucho para mí. No recuerdo nada que me molestara particularmente,
pero sencillamente lo olvidé, como otros libros que me obligaron a leer en el
colegio. En el caso de Tokio Blues, recuerdo que lo leí cuando todavía estaba
en el colegio, sino me equivoco en tercero medio, y esa mezcla entre
descripciones sexuales muy explícitas y sentimientos depresivos me dejó con una
sensación perturbadora en la boca del estómago. En el caso de American Psycho,
tal y como lo menciono en mi reseña, el final me decepcionó, sentí no que
llevaba a ninguna parte.
Es interesante como la madurez,
el crecer, el vivir (yia, le estoy poniendo mucho color) ayuda a contemplar las
cosas de un prisma distinto, y me alegra notar que hoy puedo apreciar cosas que
algún tiempo atrás no pude. En el caso de los libros, no es que las cosas que
mencioné anteriormente no existieran, o desaparecieran. Aquellas
características que menciono de American Psycho y Tokio Blues efectivamente son
así, sin embargo, con el tiempo esas características mutaron y pasaron de ser
cosas que me parecían negativas, a interesantes o incluso positivas; otras
también pasaron a segundo plano, asuntos que me resultaban relevantes dejaron
de serlo y de pronto me hallé apreciando mucho esos libros, guardándolos en mi
memoria con un cariño especial.
Les contaré, uno por uno.
1. Demian, por Hermann Hesse.
Como decía, la primera vez que
leí Demian fue en el colegio. No recuerdo mucho de lo que significó para mí en
aquél entonces, solo sé que me pareció al menos un libro “menos malo de los que
en general nos hacían leer en el colegio” pero no más allá de eso. De Herman
Hesse tampoco sé mucho, en general investigo poco de los autores a menos que
esté loca por varios libros de un mismo autor. Solo sé que – aparentemente injustamente
– se lo ha tildado de nazi. No he leído ninguno de sus otros libros, pero tengo
ganas. Siddharta, El Lobo Estepario.
Recuerdo que estaba justo en esa
edad en que uno empieza a transformarse lentamente en “adolescente”. Recuerdo
que era la época en que todos comenzaban a salir, “a carretear”, ese espacio de
interacción social que siempre me ha atormentado un poco. Recuerdo que muchos
conocidos y conocidas que conocía – valga la redundancia, derp – desde que eran
muy pequeños, comenzaron a ponerse más osados. Tenía 14 años (creo, estoy casi
segura) y estos conocidos comenzaron a salir, a pololear, a tomar, a fumar, a
decir garabatos. Y yo siempre había sido muy ñoñita, por lo que todo este tipo
de comportamientos me asustó.
Recuerdo que la misma época
coincidió con la adquisición de nuevas responsabilidades. No recuerdo exactamente
cuáles serían, lo más probable es que fuesen muy simples y tontas, pero
recuerdo el peso que significaban, el dolor de
guata, el sentir que yo tenía que empezar a cuidarme sola, que mi mamá no era
omnipresente.
Todo esto me recordó, de pronto, a
Demian, ese libro que me había leído en el colegio y al cual casi no le había
prestado atención. La parte que precisamente me llegó (y que hasta ahora es la
más significativa para mi) fue – atención,
pequeños spoilers para los que no lo han leído – esa transición que narraba
Demian del mundo en que las divisiones entre el bien y el mal estaban muy
definidas y claras (bien – mamá, mal – todo lo que esté en contra de lo que
diga la mamá) a ese mundo, más adulto, en que el bien y el mal conviven, y uno
tiene que salir a la calle y enfrentarse a ambos "mundos" fundidos, disfrazados a veces,
al mismo tiempo. Básicamente, la transición entre la infancia y la madurez.
No es que de niña hiciera un análisis demasiado complejo de la obra, pero el solo hecho de recordar algunas
líneas que hablaban de esa transición, me hacían sentir menos sola, menos asustada
de esa sensación nueva que era crecer, como si tuviese la posibilidad de leer
un manual que indicara lo que estaba ocurriendo y que me dijera que era natural. Que
todo era natural y normal.
Desde entonces que le tomé cariño
a Demian, y hace algún tiempo atrás (el 2012) lo volví a leer. Si bien muchas
otras partes cobraron nuevos significados (de hecho, tengo el libro repleto de
partes subrayadas y post-its con notitas) fue fascinante cómo la misma parte
que antes había sido significativa, volvió a ser la más significa en una circunstancia análoga. Ya no era el miedo a
pasar de la infancia a la adolescencia, ya no era el miedo a tener nuevas
responsabilidades, ya no era el miedo al que durante mi infancia había parecido
el mundo "malo” (las fiestas, el alcohol, el cigarro, los besuqueos) sino que
genuinamente dar un paso a la adultez: la universidad. Y todo lo que la
universidad y los tiempos de universidad implicaban: más responsabilidades,
futuro trabajo, independencia económica, parejas, decisiones importantes, comenzar a firmar tus propios papeles, ser mayor de edad.
Hoy, todavía, cada vez que siento
que me estoy pegando esos estirones medios dolorosos de la madurez (como los de
los músculos, pero mentales), cada vez que siento que me estoy pegando porrazos
para crecer, a veces evoco esas partes de Demian, me acuerdo con cariño, y me
siento un poco menos abrumada.
Puede que sea la parte menos
significativa del libro, pero la verdad es que lo ignoro completamente porque
para mí
fue la parte más trascendente. Más que Frau Eva, más que Beatrice, más que
Abraxas, más que el mismísimo Demian, porque de hecho las partes que describo
se sucedían incluso antes de que Sinclair lo conociera.
En fin. Dejando atrás a Demian, inicialmente
pretendía describir la importancia de los 3 libros, todos juntos, en una misma
entrada. Pero considerando y observando la cantidad de texto que acabo de
escribir, he decidido que lo haré por partes. No me gusta tener que cortarme ni contenerme si
realmente no hay ningún motivo para hacerlo, por lo que me daré la libertad de
explayarme en la explicación de cada libro, y las iré posteando de a poquito.
Por mientras, les dejo algunas
preguntas (si es que les interesó la entrada; si fue así, agradezco mucho que
la leyeran <3 porque no es que sea de mucha relevancia pública, es más bien
un escrito personal) ¿les ha ocurrido esto
con algún libro; que al principio les sean insignificantes pero que con el
tiempo se transformen en libros importantes para ustedes? ¿Les ha pasado con
alguna otra cosa que no sea un libro?
Espero volver pronto con la
segunda parte ¡un abrazo! y muchas gracias por leer.
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