¿Se han percatado
alguna vez de la fragilidad del ser humano? No hablo de lo efímero de la vida,
lo pasajero de nuestra estadía, o cualquiera de esas cursilerías. Hablo genuinamente
de la fragilidad en la que existimos.
¿Se han percatado
que estén donde estén, si algo saliese mal, podrían morir de un centenar de
formas? Una ramita en el ojo, una árbol en la columna, techos que colapsan,
lámparas que te caen en la cabeza, un plato mal enjuagado, asfixia por aspirar
saliva, libros que se caen de los libreros, piedras voladoras, suicidas cayendo
sobre personas felices, cortarse una vena importante con una hojita, olvidar
cómo respirar.
Sin embargo, un
extraño y desconocido orden parece mantener todo en su lugar. Y logra que,
estando a merced de infinitas posibilidades letales, lleguemos a vivir en
muchos casos más de cien años.
Pienso en el 21
de Diciembre, en el fin de del mundo, en todas las pamplinas que se han
inventado en torno al fin de nuestros tiempos... e imagino una pamplina propia.
¿Realmente
necesitamos un evento magnánimo para erradicarnos todos? ¿Realmente necesitamos
un evento tan fabuloso como un meteorito, una inversión de polos, una visita
alienígena, una guerra nuclear para desaparecer, todos, de la faz de la tierra?
¿Y si el día del fin
del mundo, ese desconocido orden que mantiene todo en su lugar, dejase de
funcionar/se apagase/colapsase?
Serían siete mil
millones de fines de mundo individuales. Siete mil millones de personas apagándose
de las formas más ridículas, inverosímiles, absurdas pero posibles. Siete mil
millones de personas sucumbiendo a lo que en términos lingüísticos está
calificado de accidente.
¿Se imaginan?
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