El silencio de
esta mañana me regresó a la infancia. Cuando despertaba sagradamente, sin premeditarlo,
exactamente a las 8 de la mañana. Cuando todos todavía dormían, cuando la casa
era mía.
Las veces que
visitaba a mi abuela y dormía en la misma habitación que ella, al despertar
intentaba aprovecharme de su sordera para poder ver la televisión bien bajita. Sin
embargo, inexplicablemente, siempre se daba cuenta, y aún en sueños murmuraba
"apaga eso Catalina". Después no recordaba nada, ni haber oído la
tele ni haberme dicho que la apagara.
Hasta el día de
hoy es un misterio cómo se percataba del
televisor encendido.
Cuando me resigné
con poder ver televisión durante las mañanas, recuerdo que me paseaba por la
casa en silencio, abría cajitas que nunca antes había abierto y me comía los chocolates
escondidos.
Los únicos que
despertaban con mis pasos eran los gatos, que me saludaban y me maullaban por
su desayuno. Entonces me sentía como una pequeña mujer cuando les rellenaba los
platos con galletas, y dado que nadie miraba, me daba la libertad de mimarlos un
poco más con un platito de leche.
Recuerdo los pies
helados circulando por la casa fresca. El sonido apagado de los pasos
amortiguados por los calcetines. El trinar de los pájaros en el jardín. El sol
en la ventana, iluminando las partículas de polvo que hacía saltar al sentarme
en los sillones.
A esas horas, por
lo general, hallaba el espacio perfecto para dibujar mis extraños cómics.
Entonces me robaba el set profesional de lápices que tenía mi papá, varias
hojas que doblaba en forma de cuadernito, y dibujaba.
Otras veces me
robaba las plumas, y escribía mis primeros cuentos dejando un reguero de tinta
en todo el escritorio.
Otras veces
jugaba con las mamushkas de mi abuela, que en mi casa se las llama Babarrusas, e
inventaba largas telenovelas entre ellas.
Hasta que alguien
despertaba.
Entonces
recordaba toda el hambre que tenía, y aprovechaba que alguien me preparase el
desayuno considerando que yo todavía no estaba autorizada a poner la tetera.
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