Hace un tiempo compartí en mis
redes sociales que por fin había logrado cumplir el objetivo por el que estuve
trabajando todo el 2016. No quise dar ningún detalle al respecto en ese preciso
instante porque es algo que quería poder contarles en toda la extensión que la
importancia que tiene esto para mí merece. Empecé a escribir este texto
pensando que no sería muy largo, pensando que podría ir rápidamente al grano y
contarles qué era eso que me tenía tan contenta (de hecho pretendía colocarlo
al final del post anterior), pero a medida que fui escribiendo me di cuenta de
que todo lo que me había pasado el 2016 estaba conectado de alguna u otra forma
con este algo. Supongo que es precisamente
eso lo que en parte lo vuelve tan importante para mí.
Es así como hoy vengo a contarles
de qué se trata eso que me tiene tan contenta y, sin querer, termino haciendo
un resumen – bastante sintetizado, creo yo, para mis estándares - de gran parte
de lo que fue ese espantoso 2016, además de las cosas positivas que logré
rescatar en este post.
Empezaré con un breve
preámbulo que intentaré resumir lo que más pueda: siempre que hablo de mi papá,
sea donde sea, hablo de un señor que se llama Ricardo y que no tiene
absolutamente ningún vínculo sanguíneo conmigo. Ricardo es el segundo esposo de
mi abuela materna, por lo que vendría a ser una especie de abuelastro. Mi padre
biológico desapareció de mi vida cuando tenía un año y un buen día alrededor de
mis cuatro años, observando a esta figura que me subía a sus hombros, escuchaba
mis interminables historias infantiles y me cuidaba de todo mal, le pregunté a
mi antaño tata Richy si podía decirle papá. Fue entonces cuando se transformó
en mi papá. Y vaya que ha sido el mejor papá que jamás podría haber pedido.
Observando en perspectiva resulta
curioso y maravilloso observar que de todos los miembros de mi familia a quién
más me parezco es a él. Un caballero que, por cierto, es físicamente muy
distinto a mí, lo que ha generado graciosas confusiones al presentarnos a otras
personas: es bajito, moreno, de ojillos rasgados (de joven a veces le decían
Jackie Chan) y pelo negro azabache hasta hoy, a sus casi 70 años. Mi papá es
con quién he podido cultivar mi amor por la literatura, por el arte, por las
reflexiones extensas, por la música, por la ilustración, por la fotografía, por
casi todo lo que actualmente me apasiona. Mi papá es una persona
interesantísima, una enciclopedia andante, un ilustrador magistral y un
tremendo guitarrista.
De joven mi papá fue un rebelde
tranquilo, las micros no le paraban porque se dejó crecer el pelo como los
Beatles y ocupaba pantalones ajustados, le gritaban pelucón y maricón en la
calle. Fue parte del nacimiento del rock en Valparaíso en tiempos de la nueva
ola y con su banda tuvo una especie de galpón donde todos los que no tenían
donde calzar entre las tonadas del Pollo Fuentes y Los Galos se iban a esconder
a escuchar Pink Floyd, Led Zeppelin y otros sonidos considerados algo perversos.
Mi papá siempre fue tranquilo, se mantuvo al margen de las drogas y los
escándalos, pero conoció todo lo que era considerado distinto, lo que tiempo
después – creo – lo ayudó a entender mi discrepancia con lo socialmente
aceptable: desde el exceso de delineador negro a mis 14 años, a mi pasión por
bandas gritonas, hasta mi actual pololeo con una mujer. Siempre ha estado allí
para entenderme, para apoyarme, para tranquilizarme, para confiar en mí,
siempre velando por mi bienestar sin importar cuán socialmente incorrecta fuera.
Todo lo anterior es un
sintetizado resumen de por qué mi papá ha sido mi papá. De por qué es un pilar
tan importante en mi vida, al igual que mi mamá. Ahora ¿qué tiene que ver todo
esto con lo que inicialmente venía a decir?
El 2015 se descubrió que mi papá
tenía cáncer. Un cáncer sumamente agresivo que a la fecha le ha costado dos
operaciones sumamente invasivas, una extensa radioterapia y todos los ahorros
de mis abuelos. Por fortuna actualmente se encuentra bien, ya pasó la peor
parte y como familia estamos más tranquilos. Sin embargo, el que a mi papá le
diagnosticaran este cáncer, que por controlado que se encuentre actualmente es
sumamente impredecible y podría dispararse en cualquier momento, me hizo
reflexionar sobre lo efímero de la vida de mis seres queridos: me hizo darme
cuenta de que mi papá en algún momento va a dejar de estar, lo que además
probablemente será antes de lo que me gustaría considerando que mi papá es
técnicamente mi abuelo y tiene 70 años, no 47 como mi mamá.
El percatarme de la efimeridad de
mis seres queridos, particularmente la de mi papá, me hizo replantearme algunas
prioridades y darme cuenta de que, al menos en su caso, fuera cual fuese el
proyecto que tuviéramos juntos, había que ejecutarlo ahora, porque si el cáncer no ataca, inevitablemente atacarían los
años. Fue así como al poco tiempo de tener esta realización me ofrecieron
trabajo en el colegio en el que estuve trabajando hasta Octubre del 2016. Yo no
quería trabajar en un colegio, nunca quise trabajar en un colegio,
pero cuando me dijeron la suma que me iban a pagar (era un colegio cuico) me di
cuenta de que si me sacrificaba por un año y ahorraba el 80% de mi sueldo,
íbamos a poder cumplir uno de los grandes sueños que siempre habíamos tenido
con mi papá y que, en mi opinión, él tenía que realizar sí o sí antes de partir
o dejar de estar habilitado para caminar largas distancias: viajar a Europa. Yo
iba a poder invitarlo e íbamos a por fin poder conocer todos esos lugares con
cuyas historias nací y crecí, especialmente considerando que mi abuela es de
allá, nacida y criada en Polonia hasta los veinti y tantos años.
Fue con ese objetivo en mente que
trabajé en el colegio y lo ahorré casi todo. Fue con ese objetivo en mente que
resistí día tras día, mañana tras mañana, tratando de hacer lo mejor que podía
con 150 niños bajo mi responsabilidad y una jefatura de primero básico,
trabajando en algo que en cuanto salí de la universidad juré que no haría
porque lo odiaba – trabajar en un colegio -. Fue con ese objetivo en mente que
resistí los nulos espacios de silencio, los nódulos en la garganta, los
constantes resfríos, la sinusitis, las reuniones con apoderados, las
entrevistas, ser la “mamá” de centenares de niños, las ganas de morirme,
escondiéndome en el baño para poder tener un instante para contestar un
whatsapp en silencio o simplemente dejar de ser “Miss Cata” por 5 minutos,
dejar de oír las voces de los niños que me perseguían incluso cuando ya estaba
en mi casa, con los ojos cerrados (esta no es una exageración, los oía en mi
mente).
No quisiera ser ingrata con el
trabajo que tuve: se me trató todo lo bien que se pudo, mis compañeras fueron
maravillosas, mi empleador justo. Si me hubiese gustado hacer clases en un
colegio y hubiese podido lidiar con niños tan pequeños ese podría haber sido un
trabajo de ensueño para ser el primero de todos, pero no era el caso: era una
pesadilla y todos los días levantarse se empezó a hacer más difícil. Así fue
como un día simplemente me quebré y ya no resistí más. Se sintió exactamente
como algo que se rompía: como una repisa sobre la cual habían puesto ya
demasiadas cosas y simplemente cedía, partiéndose en dos. No me quedaban
energías ni siquiera para llorar, ya no podía más. Recuerdo que ese día escribí
un pequeño texto sobre esconderme bajo tierra, donde los niños no pudieran
alcanzarme, estaba francamente desesperada. Al día siguiente hablé con la jefa
de mi departamento y puse mi cargo a su disposición. Tres días después
encontraron a una reemplazante y la semana siguiente, el día del profesor, me
fui.
Había ahorrado la mitad de lo que
había planeado ahorrar originalmente. Si tan sólo hubiese resistido dos meses
más: noviembre, diciembre y una minúscula parte de enero, habría podido ahorrar
casi toda la otra mitad; en diciembre me pagarían dos sueldos y también se me
pagarían las vacaciones de enero y febrero. Tan sólo recordar eso me pesa,
puede que incluso a algunos se les caiga el pelo leyendo lo que perdí por no
haber resistido, pero llegó un punto en el que me sentí tan pero tan mal, tan
pero tan desesperanzada, tan pero tan deprimida, con tan pocas ganas de seguir
despertando cada mañana, a pesar de la terapia psicológica, a pesar de la
terapia psiquiátrica y a pesar del amor de mis seres queridos, que sentí que si
no renunciaba iba a terminar por volverme loca y matarme. Todos los pensamientos
destructivos que llevaba acumulando a lo largo de mi vida estaban aprovechando
ese momento para salir a saludar: todo era como el pico, así de simple, casi no
tenía ojos ni energías para las bondades de la vida.
La lloré largo y tendido. Hubo un
mes de sueldo que además perdí casi por completo porque estuve tres semanas
enferma y mi isapre, al haberme enfermado antes de cumplir 6 meses trabajando
(me faltaban dos días para cumplir los 6 meses, dos días), está legalmente autorizada a pasarse por la raja mi
existencia y no pagarme un centavo de mi licencia. Nadie me lo dijo, no tuve cómo saberlo (sépanlo todxs ahora chicxs, ojo con eso) y lo mucho que llevaba
esforzándome hasta aquél entonces importó un pico. Fue el sueldo de un mes que
en un segundo se esfumó, desapareció, sumado – por supuesto – a los altos
gastos médicos que tuve que pagar para el tratamiento de mi aguda sinusitis. Me
acuerdo y ardo de rabia, es por lo mismo que quisiera hacer un minúsculo
paréntesis en esta narración para decirle a las personas responsables de esta
legislación que son unos miserables culiaos y que con todo respeto espero que
se mueran de forma lenta, dolorosa y solitaria. Nunca le deseo mal a nadie,
pero pucha
que cuesta no añorarla en circunstancias tan injustas, inauditas y de mierda como esa. Cómo es posible que
exista una ley que permita esa hueá, cómo, cómo,
inhumanos culiaos.
Lloré porque ya no íbamos a poder
hacer el viaje que habíamos planeado y del que veníamos conversando todo el
año. Lloré porque no sabía por cuánto tiempo más mi papá iba a estar en
condiciones de viajar conmigo. Lloré y pensé que ya no iba a poder hacerle ese regalo
a esta persona que tanto quiero, que mi papá iba a tener que morirse sin
conocer las calles de Londres, el cruce de Abbey Road, el palacio de Versalles.
Pero habiendo salido de ese espacio que me estaba matando tanto física como
psicológicamente y estando rodeada del amor de mis más cercanos, empecé a ver
las cosas desde un prisma un poco distinto y a medida que empecé a sanar yo,
empecé a ser capaz de hacer reflexiones también más saludables sobre mi
devenir: sobre mi futuro personal, sobre mi futuro laboral, sobre el futuro del
proyecto que teníamos con mi papá.
Hicimos cálculos. Inicialmente
habíamos planeado irnos durante un mes y pasar por cerca de 14 ciudades – era
objetivamente un plan muy ambicioso - pero si ahora lo
reducíamos a tres puntos específicos, prioritarios, pasando cerca de cinco días
en cada uno, parecía posible. Me informé. Mi polola me contactó con una persona
que pudo orientarme. Me mantuve atenta a los precios de los pasajes, intentando
encontrar el más barato posible. Investigué precios de alojamiento, comida,
transporte. Pasó Noviembre, Diciembre, Enero. Llevaba esperando tanto tiempo,
desde Marzo del 2016, que la idea de por fin alcanzar este objetivo en el que
tanto había trabajado parecía surreal. Pero un día, el 25 de Enero, los pillé,
los pasajes estaban baratísimos. Y los compré.
Los pasajes están comprados. El 30 de Mayo con mi papá nos embarcamos a
Inglaterra, para después pasar por Polonia y después por Francia. Nos vamos
por poco más de 15 días. Esto era lo
que quería contarles. Sé que para algunos el ir a Europa o saber de alguien más
que va a viajar no signifique nada, pero para mí significa tanto tanto tanto.
Significa que voy a cumplir el sueño de conocer los países de los que más hemos
leído, conversado y compartido con mi papá. Significa que voy a conocer el país
del que viene importante parte de mis raíces, del que vienen las canciones de
mi infancia, del que vienen las historias de mi abuela. Significa que todo por
lo que me saqué la conchesumadre por
fin rindió frutos y no saben lo gratificante, lo aliviante, lo esperanzador que
se siente después de haberlo pasado tan pero tan como el pico.
Las cosas mejoran. No como en los
cuentos. No sin lágrimas. No sin ganas de morirse. Pero parece que mejoran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario