Es domingo. El crudo invierno ha dado paso, últimamente, a
días ligeramente más cálidos, con un sol que insola pero una brisa que
refresca. Un clima preciso para salir a caminar – con bloqueador zi –,
disfrutar de prendas más ligeras, el olor de las flores, y de la tibieza
general del ambiente y los sentimientos. Pero yo estoy acá, resfriada, sin
poder ir a la Expo foto, y como ya terminé de planificar la clase que me irán a
supervisar el miércoles (y por la cual estoy terriblemente nerviosa), decidí
darme el gusto de escribir para el blog mientras me tomo una agüita de miel con
limón para la amigdalitis y me conformo con la tibia temperatura que entra por
mi ventana.
Originalmente iba a escribir sobre otra cosa, pero ayer me
llegó por correo el segundo libro que Bookdepository me envía para reseñar y se
me ocurrió que quizá podría contarles de mis últimas adquisiciones librístico-literarias,
los libros que me gustaría adquirir en el futuro cercano, y los libros que
básicamente están en mi lista “para leer lo antes posible”.
Antes de proceder eso sí,
quisiera darme el gusto de referirme a algo muy bonito que ocurrió el lunes y
que despertó en mi todas las emociones cursis disponibles en mi repertorio,
pero que también me atemorizó hubiese podido ser incomprendido o mal
interpretado. Me disculpo desde ya si me extiendo un poco mucho en ello.