El día de mi cumpleaños es un día que me produce sentimientos terriblemente
ambivalentes. Por un lado está el entusiasmo, la ansiedad y la alegría que
produce tener un día casi estrictamente para ti, en el que se te perdona no
lavar los platos y se te permite comer 5 pedazos de torta en lugar de 1. Pero
por otro lado, está el nerviosismo que me produce el temor a no tener un
cumpleaños lo feliz que la sociedad dice que deben ser los cumpleaños. Que algo
salga mal y todo se arruine, que algo haga enojar a mis familiares, que ninguna
amistad se acuerde de mí, decepcionarme.
Siempre intento no esperar nada, intentar hacer como si éste fuese un día
más del año y sencillamente dejar que las cosas positivas lleguen. Sin embargo,
no puedo evitar generarme expectativas, y muchas veces temo que no se cumplan y
que torpemente termine triste. Jamás me
ha pasado. Jamás he tenido un cumpleaños triste. Sin embargo, las horas antes a
mi cumpleaños me embarga un nerviosismo que roza la neurosis.
De más niña no me pasaba. Al contrario, esperaba con ansias la llegada de
mi cumpleaños y armar una fiestecita con todos mis amiguitos. Empero, estos
tres últimos cumpleaños han sido los más nerviosos. Al menos durante la víspera
y los primeros minutos. Pasadas las 12, comienzo a tranquilizarme, y al día
siguiente ya puedo realmente disfrutar de mi cumpleaños. Allí me dan ganas de
celebrar y mimarme con mi nuevo año.
La víspera de este cumpleaños fue especialmente graciosa aunque neurótica,
como una risita nerviosa. Durante el día
intenté ignorar que al día siguiente cumpliría 20 años, cambiaría de folio, me
volvería más anciana, y realicé todas mis actividades normalmente. Alrededor de
las 7 comenzó mi ansiedad y me nació la idea de fotografiar mis últimas horas
como diecinuevañera. He allí el
pequeño desahogo artístico y narcisista que publiqué en mi entrada anterior. Después
de la foto, me sentí bastante mejor y pude sobrevivir sin nerviosismos
excesivos hasta pasada la cena con mi madre. Ya con el estómago lleno y la
llegada del 9 de Julio inminente, comenzó nuevamente mi inquietud.
Los últimos minutos antes de las 12 se sintieron como una versión más tenebrosa
de año nuevo. Comienzan darme ganas de ir al baño, pero no quiero ir porque no
quiero pasar los primeros minutos de mis 20 años en el baño. También me comienzan
a dar muchas ganas de realizar mini rituales para sellar un buen inicio de mi
segunda década ¡pero queda tan poco tiempo!
Esta vez, por primera vez, alcancé y decidí hacer algo que se sintió muy
torpe y ligeramente cinematográfico: Mientras una amiga llevaba la cuenta por
chat, con la hora oficial por internet, de cuántos minutos faltaban para las
12, decidí que si quería pasar en algún accesible mis últimos minutos de 19
años y los primeros de los 20, era junto a la estufa y junto a mis gatos.
Mientras me ubicaba me picaron las manos y quise escribirlo, por lo que me
apresuré a agarrar mi diario y un lápiz, y escribir un par de breves garabatos
que retrataban mi situación. Escrito todo y girando la cabeza para leer en mi
computador que mi amiga escribía "UN MINUTOOOO", me acerqué a la
estufa, le hice cariño a mi gata, me aferré a mi diario y al lápiz, y esperé.
Los siguientes fueron los segundos más torpes y cinematográficos. Por un
instante, me sentí como si estuviese esperando el fin del mundo, aferrada
dramáticamente a algunas de las cosas que más amaba: un rincón tibio y acogedor,
mis gatos y mi literatura. Llegué a cerrar los ojos, casi esperando un golpe,
un rayo, la caída de un meteoro, el fin de la existencia, algo que me indicara
que ya todo había pasado; cuando de pronto, magistralmente, dramáticamente,
teatralmente sonó mi celular (el cual por cierto suena con esta canción, muy ad-hoc).
Era mi amiga, mi Dani, quién era
la primera en saludarme para mi cumpleaños. Y entre narrarle la torpe acción
que había realizado en mis últimos minutos de diecinueveañera, la tensión se me comenzó a ir en largos suspiros y
empecé a tranquilizarme.
A una hora ya de haber cumplido
los 20 años, todavía estoy dejando a la tensión irse. No se siente nada
distinto. Solo la brutal revelación de que ni los 19 años, ni los 18, ni los 17, ni
los 15, ni los 8 regresarán jamás.
Se me viene todo un día de
cumpleaños. Ojalá sea bonito.
La anterior es una composición que hice para mi cumpleaños número 18, en un intento de aplacar mi nerviosismo del momento.
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