Es interesante lo
sencillo que es aniquilar algo de la historia. Basta con tomar algo, quemarlo,
y se ha ido para siempre. Para siempre.
Así ocurrió con los antiguos textos de Grecia, Roma, tantos escritos que quizá
hablaron de Jesús, de tantas otras celebridades hoy perdidas. Tantos documentos
que quizá existieron pero ya no existen. Y no existirán jamás.
Conceptos tan
extensos, infinitos; como jamás o para siempre, me abruman a ratos. Es tanto, tanto.
Aquí tienes un papel
escrito. Dice algo. Quémalo y ya no
existe.
En un eventual
futuro muchos podrán especular que semejante texto podría haber existido. Quizá
qué cosas decía. Quizá encuentren textos que hablan sobre tu texto, pero jamás
encontrarán el texto porque ya no existe. Fue aniquilado de la historia.
Del mismo modo.
Piensen lo sencillo que es eliminar todo registro de tus logros. Todo registro
de tu existencia.
No son sólo
especulaciones mías a raíz de mis extrañas reflexiones; esto ocurría y tenía un
nombre: Damnatio Memoriae. En Rusia
era muy común.
Basta con que
alguien con el suficiente poder mande a quemar tu ficha de nacimiento y a
alterar todos los registros ajenos en los que exististe. ¿Esposa? Éste
documento dice que la mujer es soltera. ¿Propiedades? No existen, o le pertenecen
a alguien más. ¿Fotografías? Alteradas o quemadas. No se necesita Photoshop
para hacer un trabajo lo suficientemente bueno y convincente si se tienen
recursos y poder.
Y desapareciste.
El único lugar
que te queda son las mentes solitarias de las personas que te recuerdan. Si es que te recuerdan.
Si un árbol cae
en la mitad de un bosque pero no hay nadie para oírlo ¿suena realmente su caída?
Si alguien no
deja absolutamente ningún tipo de registro de su existencia ¿existió realmente?
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